La silla olvidada
Soy una silla de plástico blanco. Me compré barato y siempre me quedé en un rincón del balcón. Nadie me elige primero: soy la de “por las dudas”, la que sacan cuando faltan asientos. Sobre mí se apoyan toallas húmedas, mochilas pesadas y cuerpos cansados. Tengo cicatrices del gato cuando se saca las uñas preparándose para dormir. Todos me usan, nadie me mira. Y, sin embargo, yo observo todo: las conversaciones, las risas. Aunque piensen que soy descartable, resisto.
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